Los narcosatánicos de Matamoros A finales de los ochenta existió en Tamaulipas una secta que se dedicaba a secuestrar a jóvenes, que salí...
Los narcosatánicos de Matamoros
A finales de los ochenta existió en Tamaulipas una secta que se dedicaba a secuestrar a jóvenes, que salían de los antros con unas copas de más, para ofrecerlos al diablo en sacrificios humanos.
TAMAULIPAS.- Una macabra historia se apoderó de los titulares de medios locales, nacionales y extranjeros a finales de la década de 1980, se trata de los llamados narcosatánicos que operaban en Matamoros, Tamaulipas. Esta es su historia.
La banda se dedicaba a realizar rituales satánicos en los que se sacrificaba a seres humanos, pues estaban convencidos de que era la única forma en la que el diablo les podría proveer de dinero y poder.
La ola de desapariciones comenzó en Matamoros en la segunda mitad de la década de los ochentas sin causar mayor asombro de las autoridades, puesto que en un inicio se pensaba que se trataba de jóvenes que andaban de fiesta, algo que era muy común en la ciudad (aunque algunas personas denunciaron en su momento que las autoridades estaban coludidas o compradas por la secta), pero no fue sino hasta que un muchacho estadounidense fue reportado como extraviado, que se encendieron las alarmas.
El estudiante norteamericano Mark Kilroy de tan solo 21 años de edad desapareció el 14 de marzo de 1989 tras salir de un bar ubicado en la citada ciudad fronteriza, a la que había acudido de fiesta con un amigo durante las vacaciones, el famoso spring break.
De acuerdo con su acompañante Bradley Moore, alrededor de las 4 de la mañana vio por última vez al universitario, quien se quedó en la acera de la avenida Álvaro Obregón mientras el primero acudía al baño y cuando regresó el joven ya no se encontraba en el lugar.
En un inicio el amigo pensó que Kilroy se había regresado al hotel o se había ido a seguir la fiesta con alguna chica, pero para su mala fortuna esto no fue así.
Al no localizar a su acompañante, Moore de inmediato habló por teléfono a la familia del desaparecido.
“Mark era un chico tranquilo y estudiaba para ser médico, llevaba tan solo cuatro días en Matamoros, los chicos acostumbraban cruzar la frontera porque los bares y el alcohol es más barato del lado mexicano”, relataba el padre de la víctima.
En un inicio la policía local decía que se había ido con una chica, pero la familia no lo creyó y buscaron a las autoridades estadounidenses para ejercer presión, y no fue sino hasta que pasaron 48 horas de extraviado cuando se comenzó una investigación a fondo.
“Buscamos en los hospitales, en las cárceles, en la Cruz Roja y no había rastro, temíamos lo peor”, detalló uno de los agentes norteamericanos que apoyaron en la búsqueda. La familia de Mark Kilroy ofreció una recompensa por cualquier informe sobre su paradero.
Al paso de los días, tras una persecución son detenidos dos hombres que transportaban un importante cargamento de droga, justamente la persecución terminó en un rancho llamado Santa Elena.
Los agentes lograron la detención de más personas y decomisaron alrededor de 300 kilos de droga, todo parecía apuntar a una investigación relacionada con el narcotráfico. Pero en el interrogatorio uno de los detectives mostró la foto del joven estadounidense y uno de los detenidos confesó que el desaparecido había estado en dicho rancho.
De inmediato los elementos mexicanos se comunicaron con federales estadounidenses, quienes acudieron a Santa Elena donde se verían con el prisionero, quien confirmó que el cuerpo de Mark estaba en dicho lugar y había sido sacrificado en un ritual satánico.
El inculpado comienza a escarbar y a desenterrar poco a poco los restos del joven norteamericano, que tenía 30 días de haber fallecido.
“Con un machete le habían abierto el cráneo y le sacaron los sesos, el olor que despedía era muy fuerte; pero de repente el detenido comenzó a señalar más puntos donde habían sido enterradas más víctimas, en total encontramos 12 cuerpos y todos presentaban rastros de mutilación”, señaló uno de los federales estadounidenses.
“Le habían arrancado la espina dorsal desde la cadera hasta el cerebelo, eso nunca se había visto en Matamoros”, recordó uno de los periodistas que cubrieron la nota.
Tras este macabro hallazgo, el inculpado identificó a Adolfo de Jesús Constanzo (también llamado el padrino) un cubano que radicaba en Miami y México, como el líder de la secta y a su pareja sentimental y cómplice Sara Aldrete.
“Los detenidos manifestaban que Constanzo era su guía, que él con los poderes que Satanás le proporcionaba por medio de los sacrificios que hacía, se sentían protegidos de cualquier autoridad y hasta de los mismos narcos, a quienes les robaban cargamentos”, declaró uno de los federales que estuvo presente en el interrogatorio.
En el lugar de los sacrificios había rastros de sangre en el piso, paredes salpicadas, el olor era horrible y en medio estaba un caldero donde se depositaban los restos de las víctimas.
Tras una observación minuciosa, los policías se percataron que en un alambre que demarcaba los límites del rancho satánico se encontraba colgando la columna de Mark Kilroy. Cada miembro de la secta iba a usar los huesos en un collar a manera de protección.
El llamado padrino pensaba que entre más gritaban las víctimas y más dolor sentían al ser torturadas, los espíritus le hacían más caso.
“El estudiante norteamericano había sido torturado salvajemente, mal alimentado y estuvo amarrado durante 8 horas antes de que lo asesinaran”, se lee en un reporte de la investigación.
De inmediato se emprendió una intensa búsqueda para dar con el paradero de Constanzo y su banda, quienes habían huido a la Ciudad de México, donde los agentes descubrieron que tenía clientes muy importantes, incluso del medio artístico de ese entonces.
El padrino, su amante y otros dos hombres se hospedaron en un hotel de la capital y aunque los policías seguían tras su pista, no tenían una idea clara de su ubicación exacta, pero no fue sino hasta que Sara Aldrete, la pareja sentimental del líder, arrojó un pedazo de papel por la ventana con un escrito diciendo que la tenían secuestrada, el cual cayó a un transeúnte y este dio aviso a las autoridades.
Casi de manera inmediata se montó un operativo para cercar el lugar y aprehender a la banda, pero Constanzo al percatarse de la presencia de los agentes comenzó a dispararles, suscitándose un fuerte enfrentamiento.
Tras verse superados por los elementos policiacos, el padrino y uno de sus cómplices decidieron acabar con sus vidas pegándose un tiro, pues creían firmemente en que reencarnarían en otra persona gracias al pacto que tenían con Satanás.
Finalmente, Sara Aldrete, la pareja sentimental del cabecilla de la secta intentó escapar por las escaleras de emergencia del hotel, pero fue sorprendida por los detectives y puesta a disposición de las autoridades, aunque clamaba su inocencia afirmando que ella estaba secuestrada por la banda, pero otro de los detenidos confesó que ella también formaba parte de la banda y, aunque no participaba directamente en los sacrificios humanos, operaba junto con Constanzo y estaba enterada de todo lo que sucedía.
Actualmente, Aldrete purga una condena de 600 años de prisión y continúa afirmando su inocencia, incluso narra su historia en un libro que escribió desde la cárcel llamado “Me dicen la narcosatánica”.
A finales de los ochenta existió en Tamaulipas una secta que se dedicaba a secuestrar a jóvenes, que salían de los antros con unas copas de más, para ofrecerlos al diablo en sacrificios humanos.
TAMAULIPAS.- Una macabra historia se apoderó de los titulares de medios locales, nacionales y extranjeros a finales de la década de 1980, se trata de los llamados narcosatánicos que operaban en Matamoros, Tamaulipas. Esta es su historia.
La banda se dedicaba a realizar rituales satánicos en los que se sacrificaba a seres humanos, pues estaban convencidos de que era la única forma en la que el diablo les podría proveer de dinero y poder.
La ola de desapariciones comenzó en Matamoros en la segunda mitad de la década de los ochentas sin causar mayor asombro de las autoridades, puesto que en un inicio se pensaba que se trataba de jóvenes que andaban de fiesta, algo que era muy común en la ciudad (aunque algunas personas denunciaron en su momento que las autoridades estaban coludidas o compradas por la secta), pero no fue sino hasta que un muchacho estadounidense fue reportado como extraviado, que se encendieron las alarmas.
El estudiante norteamericano Mark Kilroy de tan solo 21 años de edad desapareció el 14 de marzo de 1989 tras salir de un bar ubicado en la citada ciudad fronteriza, a la que había acudido de fiesta con un amigo durante las vacaciones, el famoso spring break.
De acuerdo con su acompañante Bradley Moore, alrededor de las 4 de la mañana vio por última vez al universitario, quien se quedó en la acera de la avenida Álvaro Obregón mientras el primero acudía al baño y cuando regresó el joven ya no se encontraba en el lugar.
En un inicio el amigo pensó que Kilroy se había regresado al hotel o se había ido a seguir la fiesta con alguna chica, pero para su mala fortuna esto no fue así.
Al no localizar a su acompañante, Moore de inmediato habló por teléfono a la familia del desaparecido.
“Mark era un chico tranquilo y estudiaba para ser médico, llevaba tan solo cuatro días en Matamoros, los chicos acostumbraban cruzar la frontera porque los bares y el alcohol es más barato del lado mexicano”, relataba el padre de la víctima.
En un inicio la policía local decía que se había ido con una chica, pero la familia no lo creyó y buscaron a las autoridades estadounidenses para ejercer presión, y no fue sino hasta que pasaron 48 horas de extraviado cuando se comenzó una investigación a fondo.
“Buscamos en los hospitales, en las cárceles, en la Cruz Roja y no había rastro, temíamos lo peor”, detalló uno de los agentes norteamericanos que apoyaron en la búsqueda. La familia de Mark Kilroy ofreció una recompensa por cualquier informe sobre su paradero.
Al paso de los días, tras una persecución son detenidos dos hombres que transportaban un importante cargamento de droga, justamente la persecución terminó en un rancho llamado Santa Elena.
Los agentes lograron la detención de más personas y decomisaron alrededor de 300 kilos de droga, todo parecía apuntar a una investigación relacionada con el narcotráfico. Pero en el interrogatorio uno de los detectives mostró la foto del joven estadounidense y uno de los detenidos confesó que el desaparecido había estado en dicho rancho.
De inmediato los elementos mexicanos se comunicaron con federales estadounidenses, quienes acudieron a Santa Elena donde se verían con el prisionero, quien confirmó que el cuerpo de Mark estaba en dicho lugar y había sido sacrificado en un ritual satánico.
El inculpado comienza a escarbar y a desenterrar poco a poco los restos del joven norteamericano, que tenía 30 días de haber fallecido.
“Con un machete le habían abierto el cráneo y le sacaron los sesos, el olor que despedía era muy fuerte; pero de repente el detenido comenzó a señalar más puntos donde habían sido enterradas más víctimas, en total encontramos 12 cuerpos y todos presentaban rastros de mutilación”, señaló uno de los federales estadounidenses.
“Le habían arrancado la espina dorsal desde la cadera hasta el cerebelo, eso nunca se había visto en Matamoros”, recordó uno de los periodistas que cubrieron la nota.
Tras este macabro hallazgo, el inculpado identificó a Adolfo de Jesús Constanzo (también llamado el padrino) un cubano que radicaba en Miami y México, como el líder de la secta y a su pareja sentimental y cómplice Sara Aldrete.
“Los detenidos manifestaban que Constanzo era su guía, que él con los poderes que Satanás le proporcionaba por medio de los sacrificios que hacía, se sentían protegidos de cualquier autoridad y hasta de los mismos narcos, a quienes les robaban cargamentos”, declaró uno de los federales que estuvo presente en el interrogatorio.
En el lugar de los sacrificios había rastros de sangre en el piso, paredes salpicadas, el olor era horrible y en medio estaba un caldero donde se depositaban los restos de las víctimas.
Tras una observación minuciosa, los policías se percataron que en un alambre que demarcaba los límites del rancho satánico se encontraba colgando la columna de Mark Kilroy. Cada miembro de la secta iba a usar los huesos en un collar a manera de protección.
El llamado padrino pensaba que entre más gritaban las víctimas y más dolor sentían al ser torturadas, los espíritus le hacían más caso.
“El estudiante norteamericano había sido torturado salvajemente, mal alimentado y estuvo amarrado durante 8 horas antes de que lo asesinaran”, se lee en un reporte de la investigación.
De inmediato se emprendió una intensa búsqueda para dar con el paradero de Constanzo y su banda, quienes habían huido a la Ciudad de México, donde los agentes descubrieron que tenía clientes muy importantes, incluso del medio artístico de ese entonces.
El padrino, su amante y otros dos hombres se hospedaron en un hotel de la capital y aunque los policías seguían tras su pista, no tenían una idea clara de su ubicación exacta, pero no fue sino hasta que Sara Aldrete, la pareja sentimental del líder, arrojó un pedazo de papel por la ventana con un escrito diciendo que la tenían secuestrada, el cual cayó a un transeúnte y este dio aviso a las autoridades.
Casi de manera inmediata se montó un operativo para cercar el lugar y aprehender a la banda, pero Constanzo al percatarse de la presencia de los agentes comenzó a dispararles, suscitándose un fuerte enfrentamiento.
Tras verse superados por los elementos policiacos, el padrino y uno de sus cómplices decidieron acabar con sus vidas pegándose un tiro, pues creían firmemente en que reencarnarían en otra persona gracias al pacto que tenían con Satanás.
Finalmente, Sara Aldrete, la pareja sentimental del cabecilla de la secta intentó escapar por las escaleras de emergencia del hotel, pero fue sorprendida por los detectives y puesta a disposición de las autoridades, aunque clamaba su inocencia afirmando que ella estaba secuestrada por la banda, pero otro de los detenidos confesó que ella también formaba parte de la banda y, aunque no participaba directamente en los sacrificios humanos, operaba junto con Constanzo y estaba enterada de todo lo que sucedía.
Actualmente, Aldrete purga una condena de 600 años de prisión y continúa afirmando su inocencia, incluso narra su historia en un libro que escribió desde la cárcel llamado “Me dicen la narcosatánica”.
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